dimanche, avril 28, 2013

Domingo personal (fragmento namber zri)

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No hacía frío, pero el viento fresco recordaba que aún estábamos en invierno. Marco entre toses soltó el humo y señaló con el índice : Mira quién viene finalmente — dijo antes de volver a toser. No era la mejor calidad lo que conseguía Marco en esas fechas.
Al único a quien no esperábamos esa tarde, era a Gustavo, que venía en dirección nuestra. Traía el pelo tieso y brillante de tanta laca que se había puesto para ir a trabajar. Antes de llegar a nuestra banca, intentó con una mano desordenar un poco su melena. Sabia que las bromas sobre su aspecto serio y de niño bueno, no tardarían. El resultado fue peor y ahora daba la impresión de tener una peluca barata en su cabeza. Después de molestarlo un poco por su “peluca”, nos explicó cómo había logrado escaparse del trabajo. Por la mañana, justo antes de entrar a la tienda, comió un huevo duro para que los otros sintieran el mal olor de su boca. Un par de horas más tarde dijo que tenía un fuerte dolor de estómago y una consecuente diarrea que lo confinó en el baño por una hora. Finalmente le dijeron que si quería, podía irse antes de tiempo del centro comercial. Era la técnica patentada por Marco y yo cuando trabajamos en un supermercado. Habíamos perfeccionado algunas más. Estaba la llamada con amenaza de bomba, solía resultar casi siempre. También habíamos puesto en marcha un plan un poco más complejo para irnos justo antes de la recaudación de dinero y así confundir un poco las cuentas con los de tesorería. No era muy complicado. Necesitábamos que uno de los dos inventara una excusa para irse antes, y que quien lo reemplazara fuera el otro. Tenía que irse quien tenía la recaudación más baja. El reemplazo reducía aún más ese total de manera artificial modificando el rollo con las ventas de esa caja. Luego, las cuentas no coincidían entre Marco y yo. Nos echábamos la culpa mutuamente y reponíamos lo que supuestamente faltaba, que era mucho menos de lo que habíamos sacado en realidad. La primera vez salió perfecto. La segunda vez levantamos sospechas. Nos terminaron echando, pero nos fuimos con un pequeño botín.
Gustavo nos mostró su último robo : un polo Levis naranjo. Su relación con una de las promotoras de la marca daba beneficios no solo a él y ya me había vendido una camisa negra a precio de huevo. El polo le iba como una pieza de collage a punto de despegarse. Costaba reconocer al Gustavo de los días de vagabundeo, a medio afeitar, con sus camisetas de grupos punk hechas por él mismo y con su pelo grasoso cubriéndole los aros. Los tres nos sentamos y le pasé mi audífono. Oigan — nos dijo seriamente y mirando el pito en mi mano — al otro lado del museo hay una pareja de pacos haciéndose los lindos con unas minas.

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