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vendredi, octobre 28, 2022

Miller en el río Dômme

 "Creo que esa gran región apacible de Francia será siempre un lugar sagrado para el hombre y que, cuando las ciudades hayan acabado con todos los poetas, será el refugio y la cuna de los poetas por venir", eso es lo que expresó el asombrado Henry Miller al conocer la región de Dordogne. Un escritor asqueado de sus compatriotas, del consumismo y mercantilismo exacerbado que ya prometía un mundo plano y que lo empujó a vagabundear, errando por las rutas de europa, justo antes de ensartarse en la mesa griega del poeta L. Durrell, quien lo invitó a delirar en Grecia.

Un buen libro dentro de los clásicos memorísticos que tanto nos gustan: El coloso de Marusi.


vista en Perigord, N. Folch


vendredi, mai 03, 2019

cuando merodea (fragmento parte 2)


Saco cuentas del fenómeno este, porque desde hace poco me encuentro en la extraña situación de vivir en Vietnam; país donde es casi seguro que por el doble de tiempo no me toparé con nadie que me reconozca siquiera el acento ¿Quién viene a Vietnam? He conocido a muchos extranjeros en este país, a la excepción de algunos cubanos, ninguno que venga de Latinoamérica. Tan lejana resulta la evocación para nosotros, los sudamericanos, que simplemente terminan por escribirme “¿Qué tal te va en Indonesia?” o “Espero que mandes fotos de chinitas”. La región es una nebulosa geográfica. Incluso para los vitalicios del club de fans de Pablo Neruda, la estadía consular del poeta en Birmania, Ceilán, Java y Singapur ha contado como una anécdota apenas importante. Aspecto que no me interesa mucho, puesto que no pertenezco a dicho club. Pero, me doy cuenta que es así como he pasado a ser un amigo anecdótico, el que está en un país raro, uno que huele a escenario holywoodiense para películas del soldadito enviado por el “Tío Sam”. Ya no soy el amigo poeta y fotógrafo, ahora soy el que está “¡Quién sabe dónde chucha!”.

jeudi, mai 02, 2019

cuando merodea Antonio Citron, el océanico

(esta cronica, de la que aqui se da solo el fragmento inicial, fue escrita por Antonio Citron en Vietnam y publicada en la revista de letras y artes marciales Hermano Cerdo del 2007, año del perro)


Un Oceánico en Quién Sabe Donde

Por Antonio Citron.

Hoy vivir lejos puede pasarle a todo el mundo, ya no es más patrimonio exclusivo del exilio político, de acuerdo. Dentro de esta lógica, nada extraordinario toparse con gente que, luego de unos cuantos minutos de haberse presentado con un raro acento, te diga “Oye ¿Pero tú no eres….?” o “No sé de donde, pero tu cara me dice algo”. Es decir, no solo ya no eres el único lejos de tu casa y cerca de tu pasaporte, sino que además, toman el mismo atajo que tú los que vivían en el barrio de la infancia, en la ciudad donde estudiaste, en el edificio donde tenías a una novia, etc.

Un día sales por una de esas calles con nombres que no te dicen nada — únicamente, que no estas progresando mucho en el nuevo idioma — y se cruza por tu camino uno de ellos o de ellas. No insinúo que sea malo o desesperanzador encontrarse con un rostro familiar en el extranjero. Conozco la experiencia y sé que somos muchos en compartirla. El encanto sufre una trizadura, pues te han traído en cierta forma tu casa, que es lo único que asegurabas haber dejado atrás. Te creías el aventurero, casi con látigo y cuchillo al cinto y alguien se acerca y te explica que solo saliste al jardín de la casa. O al parque de abajo, para los de visión departamentezca como yo.

Sin embargo, encontrarse con alguien del barrio o del “villorrio” como decían algunos poetas, también tiene sus efectos benéficos, o sea, un vino descorchado del país, unas bromas sin necesidad de traducción, de preferencia cochinas y malas que una complicidad difícil de recuperar en calidad de bárbaro, las hacen valer oro. Una noche de despilfarro bien aprovechada, con la certeza cínica de que es solo una noche y nada más; que en mucho tiempo más no escucharás los nombres de gente que otra vez olvidarás (Porque el olvido es cosa seria ahora, no se rían) Esto puede ocurrir, o al menos a mi me ha ocurrido, una vez por año más o menos.
sourire dans la montagne, N. Folch.

mardi, septembre 14, 2010

fragmento de "Domingo Personal"


Era la época del personal estéreo, radio cassette. Pero conocía a pocos que podían darse el lujo aún de pasearse por ahí con uno. Marco era uno de ellos y esa tarde de domingo habíamos quedado de juntarnos detrás del museo de bellas artes, a fumar marihuana y escuchar música. Los domingos eran ideales para escaparse lejos con el humo, ya que luego podíamos refugiarnos en la casa de algún amigo a quien su familia hubiese dejado solo. Cuando Marco llegó, se instaló en una banca a esperarme con su personal apagado y protegido bajo su camisa. Yo lo vi desde lejos. Me acercaba tranquilamente por la vereda, entre los edificios impasibles y vacíos, sin oficinistas. Seguramente estarían viendo algún partido de futbol por televisión, como hacen los domingos la mayoría de los hombres que viven en estos países delineados con tiza y cuya señora no les obliga a escaparse por ahí. Sentado sobre el respaldo de la banca, su figura pasaba prácticamente desapercibida bajo un inmenso plátano oriental.
Los domingos, al contrario de lo que se piensa, eran días en que la despreocupación por todo se encarnaba en el despoblado que ofrecían las calles santiaguinas. La ciudad, reducida a algunos barrios por donde deambulábamos sin rumbo fijo, era nuestra por el simple hecho que nadie más estaba ahí para reclamarla. Marco era un buen caminante y yo junto a algunos otros solíamos seguirlo, como encantados por esa flautilla electrónica que él compartía con quien estuviese a su lado y al alcance de uno de los audífonos. Saqué de mi bolsillo el cassette que había llevado para que nos sirviese de fondo musical. Era una copia pirata de los hits de Jimmy Hendrix.
-          Ah, qué bueno que no lo olvidaste. Yo traje Joy Division y Black Sabbath.
-          ¿Qué escuchamos primero? Le dije mientras sacaba de la caja de mi cassette el pito semi-aplastado.
-          ¿Quién mas viene? ¿Te llamaron los otros?
-          Informe dominguero: Jorge dice que nos espera en su casa a las cinco. Antes tiene que ir a dejar a su hermano a un cumpleaños cerca y sus viejos andan fuera. Pancho tuvo que salir con su abuela donde una tía y no se pudo escapar. Los demás no tengo idea, le respondí y Marco me tendió uno de los audífonos que ya emitía la voz cansada de Ian Curtis.
-          “Atrocity Exhibition” ¡Temazo! dijo y como gesto de aprobación encendí el pito dándole una fuerte aspiración. La abuela de Pancho va a terminar por hacer de él un nazi. Agregó mientras yo le pasaba el pito.
-          ¿Sería triste no? Pero no creo que Pancho vaya en esa onda. La vieja y él se llevan mal e incluso a Pancho le da vergüenza que tenga esa foto de Pinocho en el living. Yo estaba en su casa cuando se agarraron porque él quería sacarlo y ella le dijo que si seguía con la historia, lo iba a mandar de vuelta al sur donde su madre.
-          No sé, puede ser ¿Pero no lo has visto, como se queda viendo a los milicos cuando desfilan? Parece hipnotizado.
Una pareja de ancianos con un perro pasaron detrás de nosotros. El perro intentaba correr, asfixiándose con la correa que el viejo tenía firmemente al otro extremo sin apurar el paso. Los ancianos no se hablaban y si no fuera por el perro con su lengua afuera, daban la impresión que estaban inmóviles y que en realidad era la ciudad la que se movía. No hacía frío, pero un viento fresco recordaba que aún estábamos en invierno. Marco soltó el humo entre toses y señaló con el índice: Mira quien viene finalmente, logró pronunciar antes de volver a toser. Era Gustavo, el único a quien no esperábamos esa tarde. Traía el pelo tieso de tanta laca que se había puesto por la mañana para ir a trabajar. Ante nuestra sorpresa y alegría de verlo, nos explicó que había inventado un fuerte dolor de estómago y una consecuente diarrea para poder salir antes de tiempo del centro comercial. Nos mostró su último robo: un polo Levis naranjo. Su relación con una de las promotoras de la marca estaba dando alegrías no solo a él y ya me había vendido una camisa negra a precio de huevo. El polo le iba como una parte de un collage a punto de caerse, mal pegado, y costaba reconocer al Gustavo de los días en que no trabajaba, con sus camisetas de grupos punk hechas por él mismo, a medio afeitar y con su pelo rebelde cubriéndole los oídos. Oigan, nos dijo seriamente y mirando el pito en mi mano, al otro lado del museo hay una pareja de pacos haciéndose los lindos con unas minas. Ya estábamos acostumbrados a las rondas policiales y actuábamos sin precipitación cuando los veíamos acercarse.
-          Lo mejor es irnos caminando hacia el puente y cruzar a Bellavista, así nos vamos acercando a la casa de Jorge, dije mientras le pasaba el pito al recién llegado.
-          Vamos entonces, dijo Marco, pero apaguemos el pito hasta llegar al otro lado. Si nos cruzamos a los pacos con un pito en la mano antes de llegar al puente o en él, estamos jodidos. Nos metemos en el pasaje de Jorge a terminarlo.
Al ponernos de pie, el efecto del THC subió directo a mi cabeza y tuve que afirmarme para no perder el equilibrio. El audífono, por mi torpeza, salió de mi oído. Gustavo, más rápido que nosotros sin los efectos de la marihuana aún, lo tomó y se lo encajó en menos de un segundo ¡Division! exclamó, justo lo que estaba escuchando ayer.
Sin posibilidad de escuchar música del personal, caminé detrás de Marco y Gustavo. Los seguía observando sus espaldas unidas por el cable de los audífonos. Mis amigos eran ahora unos siameses abriéndome campo rumbo al infierno y su laberinto de voluptuosidad luminosa. La tarde era el comienzo de los tonos amarillos, naranjos y azules sobre las fachadas de las casas. Los viejos ya no estaban y el parque forestal dejaba a lo lejos adivinar una que otra joven pareja cruzar con niños hacia los juegos infantiles. Encontré ridículo todo ese alboroto infantil que se escuchaba a lo lejos, en comparación con el susurro de las ramas de los arboles por dónde íbamos. Me imaginé en esos juegos, con mis padres, pero solo fue un instante sin verdad, sin dimensiones, en mi cabeza. Como una foto en la que uno se ve sobre un caballo de madera y que con el tiempo parece no solamente falso, sino horrible.
-          ¿No trajeron nada más para escuchar? La voz de Gustavo sonaba con una energía que me sacó de la languidez en la que seguía.
-          Tengo Black Sabbath y maese Juan trajo a Jimmy Hendrix.
-          Pongamos Black Sabbath y escuchemos a Hendrix cuando estemos más voladitos.

..................................................................................WORK IN PROGRES..........................................................................................

samedi, février 13, 2010

La Biblioteca de Henry Miller


“Uno de los primeros recuerdos que asocio a la lectura, es el de los esfuerzos que tuve que hacer para procurarme los libros.” Dice Miller es su libro Leer en los baños. Aquellas líneas, me sorprendieron con una pila de libros a mi lado. Sentí que las antenas en el techo de las casas explotaban “puf-puf-ping-tup” una a una, dejándome desamparado en un mundo lleno de animales sin voluntad y aburridos. Cerré el libro de Miller, miré por la ventana las casas de enfrente; no había movimientos de histeria. Mi columna de libros seguía inmóvil al lado del escritorio, pero un escritor insistía en que lograr obtener una biblioteca personal le había costado un duro trabajo ¿Por qué para mí ha sido tan fácil obtener mis libros, si no me sobra el dinero y los televisores continúan entreteniendo a la gente? (El punto de vista del embudo: menos lee la gente, mayor cantidad de libros a mi disposicion) 
No he vivido el mejor de los tiempos, me tocó la dictadura, me llegó el consumo de masas y la publicidad telefónica. Aun asi la pegunta es valida: ¿Por qué puede ser tan difícil hacerse de sus libros? Pues sencillamente, porque a veces uno solo quiere acostarse con diferentes mujeres, caminar por calles que nunca conocería sin salir de casa, hablar con la gente del bar y de la panadería, pasear con amigos, hija, mujer, solo, perro. Mis libros, se vuelven así marcas de mis periodos de ermitaño, salvaje en mi caverna, dibujando símbolos sobre la piedra que solo yo puedo interpretar… por el momento. Esta pila de libros, por ejemplo, fruto del viaje con mi vecino que se ofreció a mostrarme su “caverna de alibaba”. Un viaje de 30 minutos, una conversación esporádica en su auto con olor a perro de caza, cambio de paisaje, de rutas arboleadas, para finalmente volver a casa y decirse “Gracias y hasta pronto”. Ahí está el resultado de 30 minutos de sociabilidad; seis libros antiguos y semanas de soledad para permitirme otro viaje inmóvil y silencioso. Puede ser cierto, tan fácil no me ha sido procurarme mis libros, pero no me quejo. Me pegunto si mis esfuerzos se comparan a los de Miller, rodeado de sus 500 libros en su pieza, mientras escribía el libro que leo.

dimanche, septembre 21, 2008

non fiction? d'un étranger en France

Ce n'est nullement une bonne idée de mélanger, comment on dit au Chili, les poires avec les pommes des terres. Mais les mauvaises idées sont pour moi courantes et parfois je crois qu'elles recouvrent une recrudescence de bonnes idées refoulées au fond de la pensée. Alors, des fois, ne pas recracher ces soi-disant mauvaises idées, serait du gaspillage. Trop de "re"? Mon dictionnaire digital français s'est bloqué à la lettre R. rrrrrrrrrrrrr.
 La mauvaise idée serait ici d'écrire une prose non fictionnelle. Il faut dire que l'idée de ce blog c'est de ne pas avoir de ligne éditoriale claire. Cependant, la dynamique a été jusqu'ici, celle que dictent la poésie et la fiction. Je crache, alors, le morceaux... et on verra ce qui ne trépasse pas au fond, mais qui trépigne dans ces lignes tressaillies par le trident que je trimbale (je ne comprends pas non plus, mais mon dico vient de sauter vers les lettres Tr).
Il y a déjà deux ou peut-être trois mois que je suis de nouveau établi en France. Personne ne doute que je sois content de revoir mes amis, de marcher sur les trottoirs amples et connus de mon ancien quartier à Lyon, d'aller faire le marché les dimanches, d'aller quelques soirs au cinéma voir les films d'auteur en V.O et de faire l'aller-retour à pied, de retrouver mes marques quoi. Seulement, j'habite maintenant dans la sympathique et côtière ville de Caen ; à 700 km de Lyon. Tout est nouveau de nouveau, ou presque. Pendant près de deux ans au Vietnam, je n'ai pas pu oublier l'administration française et son rapport aux étrangers. Le moment que je redoutais est arrivé, et je me suis trouvé une fois de plus en tête à tête avec une dame de l'administration (publique ou privé, ce n'est pas la question). Poussé par ma femme (une française révolté contre tout) qui ne peut pas subir un homme aussi peu courageux que moi face aux secrétaires, j'ai dû faire preuve de sang froid et m'assoir dans un bureau avec cette dame et une table comme ligne de démarcation.
La dame a commencé par me dire "Bon, haaamm. Dites-moi, monsieur ?" pendant qu'elle baissait rapidement ses yeux sur sa montre. Au moment où ma bouche s'est mise à prononcer les deux premiers mots, pendant que j'essayais d'ordonner mes idées et de me rassurer sur le fait que j'étais bien là pour mettre à jour mon dossier d'assurance santé et qu'il faudrait quand même commencer par établir ce fait évident et et et et... la dame avait déjà fixé son regard sur moi. Et oui, malgré mon nom de famille, je ne parle pas avec un accent allemand, ni anglais ni, enfin, européen, mais latino-américain. Je me suis déjà fait à l'idée que c'est très perturbateur pour ces gens de l'administration de se retrouver face à quelqu'un que, eux-mêmes, n'arrivent pas à classer d'un seul clin d'œil.
Après d'avoir exposé mon cas, la femme m'a demandé si j'avais un numéro de sécurité sociale. Comme bon citoyen autour d'une table de dissection, je lui ai montré ma carte vitale et elle a répondu "hum". Puis elle m'a demandé si ma compagne avait un numéro de sécurité sociale. Un peu déconcerté je lui réponds "Est-ce qu'il y a des français qui n'ont pas de carte vitale ?". Un "hum" comme réponse et puis elle s'est mise à taper sur son ordinateur. Comme d'hab, je pensais à Kafka. Il n'a rien inventé. Elle a levé la tête avec une grimace d'horreur profonde et une voix grêle est sortie de sa bouche "Mais...vous n'êtes pas dans mon système !! Comment ça se fait ??!!". Alors j'ai mis play et j'ai dû encore ré-expliqué que nous venons d'arriver dans cette ville, que, avant, nous habitions à Lyon et que nous sommes tout juste rentré en France après avoir vécu deux ans au Vietnam. La femme a fait encore "hum". J'ai remarqué cette capacité des fonctionnaires à s'exprimer avec cette particule tellement solennelle qui est le "HUM". Je crois que j'ai identifié une quarantaine de types différents de "HUM".

Soyons justes, l'administration est une boîte de pandore en France comme au Chili. Mais, je peux le dire, ici c'est une cage à pièges. J'ai fini par croire qu'il faut mentir pour revendiquer ce à quoi on a normalement droit. La femme que j'avais en face de moi s'est mise à me mitrailler avec ses questions. « Vous avez écrit ici que vous avez eu un problème de genou, donc déjà une feuille de soin. Vous êtes arrivé ici en tramway monsieur ? ». Oui – je réponds immédiatement. Plus vite, plus rapidement libéré je pensais. « Et vous avez marché jusqu'ici », ajoute-t-elle. Je commençais à comprendre, la douleur ne se voit pas noir sur blanc, alors j'étais un menteur, sale profiteur du système. Voyez madame, j'ai une demi jambe orthopédique (ce qui était faux). Je suis amputé. La dame a donc prononcé un « hum » de malaise. Alors elle s'est penchée vers les tiroirs de son bureau et un défilé de papiers commençait à combler ma vision. « Je vais vous demander alors de remplir ici, et de revenir avec ce qu'on vous demande ici et ici ; ah non, mmmh pas ces papiers-là, ce n'est pas votre cas, et puis il va falloir demander une attestation à votre consul et une lettre au médecin que vous connaissez chez vous... » Chili? Je demande. « Oui, au Chili, me répond-elle. C'est tout simple et claire. Et dites-moi monsieur, vous êtes parti au Vietnam engagé par le ministère de l'éducation? » Ehh – je doutais de tout. Chaque information nouvelle que je lui donnais, vrai ou fausse, me mettait dans une démarche interminable de noms, de certificats, de signatures, de timbres et de numéros de téléphone à donner. Je suis parti pour travailler dans une institution française, je lui ai répondu essayant de contourner la question. « Alors, vous avez quitté la France de votre propre gré ». Ehhh...
Voyons, ma partenaire et moi n'arrivions pas à l'époque à trouver un emploi avec un contrat correct. Je travaillais pour cinq employeurs différents, mais aucun ne voulait être mon employeur principal, ce qui me destinait à être sous-contractuel pour des petites taches mal payées. Sérieusement, je ne voyais pas comment on peut impliquer ma volonté dans le fait de quitter un pays où aucune chance ne t'est donnée de vivre d'une manière digne. « Oui madame, je suis parti comme vous venez de le dire. »
J'ai fini par répondre aux questions de la femme. Je suis sorti du bâtiment avec une nouvelle pile de papiers à remplir et à photocopier, doutant de ma gratitude envers ce pays que m'avait accueilli et que j'avais quitté sans remords de mon propre gré. De plus, j'ai fini cette journée sans une demi-jambe. Ma femme avait de quoi être fière.

vendredi, septembre 12, 2008

remember... for me

Hace algunos meses, mientras aun disfrutaba de los tubos de escape y bocinazos vietnamitas, escribi esta nota (o como quieran llamarla, vaya vaya los listos) que fue publicada bajo seudonimo por razones de seguridad y bienestar propios -- El partido de la solitaria estrella, un ojo tuerto y el otro alucinando --.
La revista es Hermano Cerdo, en su numero 19 a la que podran acceder AQUI

o siguiendo las pistas que ya he dado para los listillos y listillas.

mardi, août 26, 2008

Ahora el paisaje normando

Gélido Rouen

En el pequeño café de una calle cercana al centro antiguo de Rouen, los clientes somos muy pocos. Pero en este lugar bien podriamos pasar por una manifestacion masiva. A mi disposicion tengo dos mesas. En una se enfria mi café y en la otra estan apilados mis dos chalecos, el abrigo barato y mi bolso lleno de mapas mojados y un libro sobre marcianos en el desembarco de Normandia. Una joven decide desertar; paga mientras responde su móvil y se distancia más allá de sus lentes. En su lugar entra una vieja, secundada por su perro. La pequeñez dentada esa, con su pelaje tieso por el viento gélido de las estrechas calles del barrio, combina con las vigas petrificadas que asoman de los muros de las casas. Su ama pide un café. Asiste a su cuerpo flemático y le envía una pastilla por la boca ¿ça va mieux?, pregunta la patrona del café. Pero ante el Oui titubeante y senil, su perro rasca una duda y levanta la cabeza, temeroso por su posible huerfanía.



Photo: Elliot Ewitt, New York City.