mardi, septembre 14, 2010

fragmento de "Domingo Personal"


Era la época del personal estéreo, radio cassette. Pero conocía a pocos que podían darse el lujo aún de pasearse por ahí con uno. Marco era uno de ellos y esa tarde de domingo habíamos quedado de juntarnos detrás del museo de bellas artes, a fumar marihuana y escuchar música. Los domingos eran ideales para escaparse lejos con el humo, ya que luego podíamos refugiarnos en la casa de algún amigo a quien su familia hubiese dejado solo. Cuando Marco llegó, se instaló en una banca a esperarme con su personal apagado y protegido bajo su camisa. Yo lo vi desde lejos. Me acercaba tranquilamente por la vereda, entre los edificios impasibles y vacíos, sin oficinistas. Seguramente estarían viendo algún partido de futbol por televisión, como hacen los domingos la mayoría de los hombres que viven en estos países delineados con tiza y cuya señora no les obliga a escaparse por ahí. Sentado sobre el respaldo de la banca, su figura pasaba prácticamente desapercibida bajo un inmenso plátano oriental.
Los domingos, al contrario de lo que se piensa, eran días en que la despreocupación por todo se encarnaba en el despoblado que ofrecían las calles santiaguinas. La ciudad, reducida a algunos barrios por donde deambulábamos sin rumbo fijo, era nuestra por el simple hecho que nadie más estaba ahí para reclamarla. Marco era un buen caminante y yo junto a algunos otros solíamos seguirlo, como encantados por esa flautilla electrónica que él compartía con quien estuviese a su lado y al alcance de uno de los audífonos. Saqué de mi bolsillo el cassette que había llevado para que nos sirviese de fondo musical. Era una copia pirata de los hits de Jimmy Hendrix.
-          Ah, qué bueno que no lo olvidaste. Yo traje Joy Division y Black Sabbath.
-          ¿Qué escuchamos primero? Le dije mientras sacaba de la caja de mi cassette el pito semi-aplastado.
-          ¿Quién mas viene? ¿Te llamaron los otros?
-          Informe dominguero: Jorge dice que nos espera en su casa a las cinco. Antes tiene que ir a dejar a su hermano a un cumpleaños cerca y sus viejos andan fuera. Pancho tuvo que salir con su abuela donde una tía y no se pudo escapar. Los demás no tengo idea, le respondí y Marco me tendió uno de los audífonos que ya emitía la voz cansada de Ian Curtis.
-          “Atrocity Exhibition” ¡Temazo! dijo y como gesto de aprobación encendí el pito dándole una fuerte aspiración. La abuela de Pancho va a terminar por hacer de él un nazi. Agregó mientras yo le pasaba el pito.
-          ¿Sería triste no? Pero no creo que Pancho vaya en esa onda. La vieja y él se llevan mal e incluso a Pancho le da vergüenza que tenga esa foto de Pinocho en el living. Yo estaba en su casa cuando se agarraron porque él quería sacarlo y ella le dijo que si seguía con la historia, lo iba a mandar de vuelta al sur donde su madre.
-          No sé, puede ser ¿Pero no lo has visto, como se queda viendo a los milicos cuando desfilan? Parece hipnotizado.
Una pareja de ancianos con un perro pasaron detrás de nosotros. El perro intentaba correr, asfixiándose con la correa que el viejo tenía firmemente al otro extremo sin apurar el paso. Los ancianos no se hablaban y si no fuera por el perro con su lengua afuera, daban la impresión que estaban inmóviles y que en realidad era la ciudad la que se movía. No hacía frío, pero un viento fresco recordaba que aún estábamos en invierno. Marco soltó el humo entre toses y señaló con el índice: Mira quien viene finalmente, logró pronunciar antes de volver a toser. Era Gustavo, el único a quien no esperábamos esa tarde. Traía el pelo tieso de tanta laca que se había puesto por la mañana para ir a trabajar. Ante nuestra sorpresa y alegría de verlo, nos explicó que había inventado un fuerte dolor de estómago y una consecuente diarrea para poder salir antes de tiempo del centro comercial. Nos mostró su último robo: un polo Levis naranjo. Su relación con una de las promotoras de la marca estaba dando alegrías no solo a él y ya me había vendido una camisa negra a precio de huevo. El polo le iba como una parte de un collage a punto de caerse, mal pegado, y costaba reconocer al Gustavo de los días en que no trabajaba, con sus camisetas de grupos punk hechas por él mismo, a medio afeitar y con su pelo rebelde cubriéndole los oídos. Oigan, nos dijo seriamente y mirando el pito en mi mano, al otro lado del museo hay una pareja de pacos haciéndose los lindos con unas minas. Ya estábamos acostumbrados a las rondas policiales y actuábamos sin precipitación cuando los veíamos acercarse.
-          Lo mejor es irnos caminando hacia el puente y cruzar a Bellavista, así nos vamos acercando a la casa de Jorge, dije mientras le pasaba el pito al recién llegado.
-          Vamos entonces, dijo Marco, pero apaguemos el pito hasta llegar al otro lado. Si nos cruzamos a los pacos con un pito en la mano antes de llegar al puente o en él, estamos jodidos. Nos metemos en el pasaje de Jorge a terminarlo.
Al ponernos de pie, el efecto del THC subió directo a mi cabeza y tuve que afirmarme para no perder el equilibrio. El audífono, por mi torpeza, salió de mi oído. Gustavo, más rápido que nosotros sin los efectos de la marihuana aún, lo tomó y se lo encajó en menos de un segundo ¡Division! exclamó, justo lo que estaba escuchando ayer.
Sin posibilidad de escuchar música del personal, caminé detrás de Marco y Gustavo. Los seguía observando sus espaldas unidas por el cable de los audífonos. Mis amigos eran ahora unos siameses abriéndome campo rumbo al infierno y su laberinto de voluptuosidad luminosa. La tarde era el comienzo de los tonos amarillos, naranjos y azules sobre las fachadas de las casas. Los viejos ya no estaban y el parque forestal dejaba a lo lejos adivinar una que otra joven pareja cruzar con niños hacia los juegos infantiles. Encontré ridículo todo ese alboroto infantil que se escuchaba a lo lejos, en comparación con el susurro de las ramas de los arboles por dónde íbamos. Me imaginé en esos juegos, con mis padres, pero solo fue un instante sin verdad, sin dimensiones, en mi cabeza. Como una foto en la que uno se ve sobre un caballo de madera y que con el tiempo parece no solamente falso, sino horrible.
-          ¿No trajeron nada más para escuchar? La voz de Gustavo sonaba con una energía que me sacó de la languidez en la que seguía.
-          Tengo Black Sabbath y maese Juan trajo a Jimmy Hendrix.
-          Pongamos Black Sabbath y escuchemos a Hendrix cuando estemos más voladitos.

..................................................................................WORK IN PROGRES..........................................................................................

Aucun commentaire: