mardi, avril 30, 2013

Domingo Personal (parte for)





-        Lo mejor es irnos caminando hacia el puente y cruzar a Bellavista, así nos vamos acercando a la casa de Jorge — dije mientras le pasaba el pito al recién llegado. Ya estábamos acostumbrados a las rondas policiales y actuábamos sin precipitación cuando los veíamos acercarse. En un barrio de clase media nunca se sabe con quién se trata y los policías podían creer perfectamente que uno de los que estaban controlando o arrestando era el primogénito de un militar. La policía actuaba cautelosamente en ciertos barrios y en los más desfavorecidos cobraban con golpes en los cocos y bototos aplastando los rostros.
-        Vamos entonces, dijo Marco, pero apaguemos el pito hasta llegar al otro lado. Si nos cruzamos a los pacos con un pito en medio del puente, se acabó el cuento. Lo podemos terminar en el pasaje de Jorge.
Al ponernos de pie, el efecto del THC subió directo a mi cabeza y tuve esperar un par de segundos para recuperar el equilibrio. Los audífonos colgaban del cuerpo de Marco y Gustavo intentaba recuperarlos. De los tres, Gustavo era el que debería asegurar nuestro trayecto. Marco y yo ya estábamos volados. Miré mas allá de los arboles. Los viejos habían dejado libre al perro que corría eufórico de árbol en árbol. Me acordé que Marco le tenía pánico a los perros y comencé estúpidamente a ponerme nervioso por él, quien quizás no tenía ni idea sobre el peligro animal que orinaba los árboles como enfermo de cistitis. El puente que hasta hace poco lo veía al otro lado de la avenida, me parecía más lejos que hace un minuto, pero cuando vi a Marco que intentaba atrapar su audífono enredando en el cuello de Gustavo, todas la preocupaciones se esfumaron y quedé doblado de risa.
Sin posibilidad de escuchar música, caminé detrás de Marco y Gustavo. Los seguía observando sus espaldas unidas por el cable de los audífonos. Ese fino cable de hilos de cobre y plástico mantenía unidos a un huérfano educado por una familia de mecánicos y al hijo de una mujer enferma en un manicomio y de un padre médico. Mis amigos me iban abriendo paso como unos siameses salidos de un infierno que no comprendíamos. Pero esa realidad no nos interesaba aún por sus causas, sino por sus fines y así, lo único que deseábamos era olvidarnos de nuestras respectivas casas aunque sea por una tarde. Avanzaba detrás de mis amigos decía, y nos introdujimos en un laberinto de voluptuosidad luminosa filtrada por araucarias, palmeras, peumos y plátanos orientales. La tarde era el comienzo de los tonos amarillos, naranjos y azules sobre las fachadas de las casas y edificios que rodeaban el parque. Los viejos ya no los veía. Una que otra joven pareja con niños cruzaba la avenida hacia los juegos infantiles. Encontré ridículo todo ese alboroto infantil que se escuchaba a lo lejos, en comparación con el susurro de las ramas de los árboles por dónde íbamos. Me imaginé en esos juegos, con mis padres, pero solo fue un instante sin verdad, sin dimensiones, en mi cabeza únicamente. Como una foto en la que uno cree haberse visto, pero que finalmente no aparece.
-        ¿No trajeron nada más para escuchar? La voz de Gustavo sonaba con una energía que me sacó de la languidez en la que seguía.

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