Preparar
el viaje no es para mí una acumulación hasta la saciedad, hasta sentirse seguro
de los días venideros, de los caminos a seguir, de las marcas en un mapa que
indican dónde dormir tranquilamente o dónde observar una panorámica que corte
el aliento de los turistas con olor a axila después de haber caminado por una
senda con flechas y baños. Preparar el viaje es, en mi caso, sentir la hambruna
empujando en la mochila, a medida que me acerco al momento de partir de una
buen vez y decirse que uno va a comer lo que sea.
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