samedi, mars 24, 2012

Escrito en Canarias

El verano había desaparecido con sus dos grados de diferencia. Para el joven del windsurf que paralelo seguía el roquerío y el horizonte, eran dos razones menos o algo así como una excusa para no seguir en el mar. El negro que lo observaba desde el paseo marítimo donde vendía sus artesanías resentía el frio imaginándose lo imposible: volar sobre una tabla con una vela para escribir sobre las olas o pinchar el aire salino. Las terrazas estaban llenas de turistas nórdicos y de otros polos planetarios, pero el negro solo había vendido un collar en todo el día. El negro no comprendía el calor de ese sol ni la fidelidad que hacia él demostraban los blancos. El joven del windsurf salió con la sal impregnada en los pelos de la nariz y tosió, escupió y acomodó su melena de algas rubias en una cola de caballo. Las terrazas se agitaban más que el mar, una agitación lenta pero bulliciosa, llenas de turistas, pero el negro no había vendido nada más que un collar ese día. El joven saludó a algunos brazos y narices que se elevaron entre las terrazas, pero no se detuvo y continuó enceguecido por un plan que rondaba en su cabeza : volver a casa para guardar su vela y su tabla, tomar una ducha, comer eso que llaman en aquella isla una “bocata” o “bocadillo” (que no es más que un sándwich negado de su voz inglesa) y ver si aquella noche ella iría o no a la fiesta. Quizás, quizás, podría poseerla en algún cuarto de un amigo; se lo había advertido indirectamente ayer cuando se conocieron en la playa : él no perdía el tiempo con niñitas de su mamá. El negro recogió velas, lo que es una forma de decir que guardó sus artesanías en una bolsa plástica de supermercado y caminó hacia la arena de la playa. Sentado esperó unos minutos mirando las gaviotas, los barcos, imaginó los pasajeros mirando a la playa donde estaba él de espalda a las terrazas. Una mujer, que es su mujer, llegó y ayudada por la mano del negro se sentó a su lado. Algo le dijo su esposo que provocó la risa de ambos. Rieron discretamente y las terrazas no se enteraron de aquella broma. El negro dijo algo relativo al collar que había vendido y a un joven que había pasado todo el día sobre su windsurf. Su mujer sacó unas bolsas y de ellas, unos trozos de pescado que ambos comieron en silencio. El negro le repitió que aquella isla era para ellos, que él la haría su reina y que ahí nadie los amenazaría por vender solo un collar en todo el día y ser pobres. La mujer le creyó a su negro, como le creyó cuando él la trajo desde el otro lado del horizonte de las Islas Canarias. El hombre le preguntó por su hija. La negra dijo que saldría con unos amigos aquella noche.


(este cuento lo encontré entre unas paginas de un viejo cuaderno; lo habia olvidado completamente y fue escrito mientras cumplia con una beca en las Palmas de Gran Canarias por el año 2000)

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