lundi, juin 07, 2010

Colonizar los bares


Vimos la moto ya lejos, pero aun así todos nos callamos e intentamos reconocer a uno de los dos que en ella iban. Imposible, demasiado humo, el alcohol se acumulaba a la cuenta de todos, la bulla de las mesas vecinas. Volvimos las cabezas al centro del círculo que formaba nuestra mesa. “Salir por las noches en moto y gritar a los peatones ¡Ese sí que es un buen panorama que no me perdería a mis quince años!” dijo alguien de otra mesa en voz alta para que todos escuchasen. Su voz desfiló entre cabezas y gente que va y viene de la barra a todos lados. La ironía logró sacar algunas sonrisas entre los que tenía a mi lado. Es fácil hacer reír a la gente que tiene ganas de reír. Noche francesa, me digo, todo cabe en la conversación de estos hombres de palabras y alcohol. Cuando digo todo, me refiero a lo que está pasando en este mismo instante (alguien toma de mi vaso), a lo que pasó hace diez años (alguien tomó de mi vaso) o lo que improbablemente pasará mañana (alguien no tomará de mi vaso). Efectivamente, encontrarse por la noche en un bar francés es el inicio a una infinidad de temas que están esperándote ahí, junto a la silla que elijas.
Yo me cuento entre los afortunados que ya tienen sus amistades locales. Si no conociera a nadie, lo más probable es que este relato cambiase por la historia de una soledad rotunda en Francia. Hombres de palabras y alcohol, pero también hombres que desconfían de todo primer contacto. Los bares franceses son un lugar de rechazo o de perdición. Rechazo: vuelva otro día (u otra noche) hasta que se acostumbren a usted. Perdición: no se desespere, nadie espera que usted sea un sabio, déjese llevar donde lo inviten, es la única manera de ampliar el mapa en este país.
La burguesía es el tema al que hemos llegado. En Francia es un tema recurrente. Los “Bobos” son ya una marca registrada para caracterizar al burgués de izquierda políticamente correcto. Respiro a grandes sorbos luego de dejar mi vaso sobre la mesa. Casi me da hipo, pero lo domino. Lanzo algunas palabras, animado, para incluirme en la discusión. El tema anterior — “Rugby” — era para mí, lo mismo que si me hablaran de los calcetines de Neil Armstrong el día que dejó la tierra. Dejamos pasar una media hora sobre el interesantísimo punto que concierne en saber si Lyon es más burguesa que el barrio de la ciudad normanda en el que nos encontramos. Gano por tres voces contra una defendiendo a los normandos. Sin embargo, nadie está de acuerdo en que se deje la situación en África tal como está “¿Y como está?” Nos pegunta la nigeriana que sirve en la barra. La chica del bar (su oscura piel brilla de cansancio) nos dice que para ella eso está perfecto. O algo así nos llega a los oídos desde sus labios, parapetados entre la neblina de los cigarros y el sonido de las otras mesas. Nadie comprende nada. El bar sigue con la misma gente sentada, pero ya hay más personas de pie que se han sumado a la noche, al alcohol, a los temas sin final, a los pies cruzados mientras se lía en papel de arroz el tabaco, a los reflejos de luces en las ventanas y sobre las mesas mojadas con cerveza, al ir y venir de afuera hacia adentro del bar, a las vueltas del vino en la cabeza.
“La música”, se preguntarán. Es una alfombra sobre la que se camina sin prestar atención al color. En este punto no puedo más que felicitarme de haber dejado los bares chilenos. Hasta donde recuerdo, en Chile un bar es sinónimo no solo de todo lo anterior descrito, sino que habría que añadir el estridente sonido de una radio o un juke-box a todo lo que se pueda (si no es una monstruosa pantalla de televisión). Lo que viene a eliminar, instantáneamente, la conversación. Acá se conversa sin necesidad de gritar y déjenme decirles que este es un detalle mucho más fuerte que el último disco de Slayer.
Una vez se subieron tres hombres en la parada del tranvía que esta frente a la estación de trenes. Los tres tenían, como yo, un acento extranjero. Uno de ellos parecía venir de Suiza, pues hablaba de los bares suizos con sus amigos y les explicaba casi a gritos (para que todos lo escucharan bien) las bondades de aquel país menos “alcoholizado que Francia”. En Francia, solo viven los alcohólicos y los que no saben qué hacer de su vida, era lo que había que deducir de su comparación franco-suiza. El tranvía seguía su rumbo y yo como pasajero, seguía la discusión de estos tres hombres. Escuchando al valiente inmigrante, era fácil suponer que había debido pasar, como casi todos los que venimos de países “pobres”, por la experiencia del racismo en Europa. Francia debe haberle dado una pateadura seguramente y Suiza, modestamente, le ha debido otorgar cremas anti-inflamatorias. La edad de oro pasó hace milenios, queridos bárbaros al otro lado de los océanos. Ahora es normal escuchar a un ministro explicar que decir que “los árabes no son un problema mientras no estén en grupo” no es racista. Sumerjan a la humanidad en un ambiente nacionalista y reaccionario y obtendrán naciones nazis, aunque las llamemos hoy repúblicas. En España escuché a un peruano (con un fuerte acento carlista) tratar de “indios” a sus compatriotas. Pero me alejo del tema. En realidad los bares suizos son pequeños en su mayoría, igual que en Francia, pero más escasos y aburridos, aunque no sé si el promedio de borrachos sea inferior que en las tierras de un Côtes de rhône.
Ya nos echaban del bar cuando uno de los que compartía mi mesa ofreció pagar otra ronda. Nos ganamos (o pagamos mejor dicho)  el derecho a quedarnos en la terraza y terminamos aquellos vasos con la dueña del bar que nos contaba algo sobre “lo bien” que es recibir gente de otros países y de “la deuda moral” que Francia tiene con sus antiguas colonias.
image: droits "Water-neon"

2 commentaires:

jordi lobo a dit…

Los bares de Barcelona están dejando de ser los míticos lugares de encuentro de solitarios variopintos para convertirse en servicios asépticos de transeuntes mudos. En Barcelona hace tiempo que se criminaliza el ocio que no pasa por la sistematización pautada de un Ayuntamiento que pretende ordenar el caos de su antes rica vida urbana.

drfloyd a dit…

la unica vez que estuve en Barcelona, me gusto tanto que me busqué un trabajo... sin resultados.
Acompañandolo en su sentir estimado Lobo.