samedi, septembre 19, 2009

Sábado



Sábado ya casi en su término. Cansado, únicamente porque he querido cansarme. No porque alguien o algo me obligo a cansarme (Tengo que buscar otro nombre para este tipo de dias. Digo, como son 12 hrs. realizadas y engullidas por mi persona a mi manera, un nombre como sábado es demasiado compartir con los otros)
Caminé hasta el centro de la ciudad y subí de vuelta la colina hasta la casa, por el puro placer de dedicar un esfuerzo a mis piernas y a mi hija. El día se prestó al ejercicio, o mejor dicho, nos hizo caer en la trampa gracias al inexplicable calor que hizo. Demás esta añadir que la caminata se vio bordeada de curvas cerradas y peligrosas que exhibían las niñas de apenas unos 12 bien Mc.condimentados años. Mi hija anda por esos parajes y yo me siento un poco el cazador con su arma que vigila su territorio. Caminamos y yo la seguí en silencio, obedientemente, hasta una tienda de donde salió con alguna tontera para maquillarse. Definitivamente, sentí mi escopeta cargarse en mi hombro. El calor exacerba las hormonas y un grupo de curvas graciosamente vestidas al estilo radiografía, casi me mata por mirarlas a exceso de velocidad. O yo estoy envejeciendo rápido, o las chicas están protestando contra el algodón plantado por niños en países-usinas de las compañías de ropa. Si es así, también habría que quitarse el calzón, creo.
De vuelta, aquí estoy escribiendo. Intento no pensar en lo que ya no hice. Esta mañana, creía que tendría el tiempo suficiente para leer algunas de las hojas sueltas que escribí durante mis vacaciones de verano. No lo hice. Tampoco escribí o dejé alguna huella de lo que, anoche, antes de acostarme se manifestó en mi cabeza. Me lo repetí diez o quince veces, eran dos versos que juré escribirlos por la mañana. Ya no los recuerdo. Tareas incompletas, diría mi profesora de básica. Y habría reprobado el día. Lo habría reprobado, si no fuese porque existe una coartada. Trato de no utilizarla demasiado, porque así no ya no sería coartada. Son los versos de Baudelaire de “La mort des artistes”; ese viejo compañero que, de tan viejo, ya uno duda en citarlo públicamente. A veces, viene a ser como pegar un poster de Rimbaud en la habitación. Pero, realmente, hay que reconocer los méritos de quienes vienen a sacarte de la prisión de ti mismo. Cito los versos y con esto termino:
“C’est que la mort, planant comme un soleil nouveau,
Fera s’épanouir les fleurs de leur cerveau!”
Aquí no traduzco, porque ya hay bastantes traducciones de estos versos en los idiomas que quieran. Pero la idea es esta: los escultores (de quienes viene hablando algunos versos antes) solo tienen una maldita y extraña esperanza, que es le realización de todos sus deseos y creaturas con el vuelo de la muerte. Hoy es Furilenzo (nombre para estas 12 hrs inventadas por el que escribe) y no he reprobado.

photo: Mr. Folch, Hotline

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