Madre caprichosa,
te contradigo y me quitas tu permiso.
El permiso es un espacio en la punta de la nariz.
Los hombros que me acompañan
son nubes sin viento que se apilan
sobre los escombros de piernas depiladas,
fugaces transistores a los que tampoco es sabio contradecir.
El espacio se termina.
Madre caprichosa, enciendes el cigarro
sin ofrecerme los pulmones necesarios
para indagar
al fondo los cerros de metal
reflejan tu hermosa, tu hermosa
fluorescencia.
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