El faro de Pen Men vigila las tormentas atlánticas babeando sal
como un condenado al frenesí bestial
de las rocas lavadas en el líquido de su rabia.
Eyaculan el pájaro de los dominios entreabiertos de la
tierra
y vuela entre las láminas de sal que se despegan del cielo.
Se lanza en eléctrica caída
para detonar la cerradura submarina.
Aquí los hombres no tienen más
remedio que dejar al trueno vaciarles la sangre por algunos segundos y enrollarles
el horizonte en las órbitas oculares, así ellos caminan, deslizándose sobre
olas y hablan con el perfume de las tormentas.
Aquí no hay sombras de dioses,
no es una escena de « El Sacrificio » de Tarkovsky,
es un puño tras otro en el rostro
huidizo de un pájaro
que sobre los bunkers se
emborracha de luz y viento.
La incandescencia de la espuma ha
marcado al faro,
lo ha dejado fuera de todo
escenario,
en el desmemoriado revoltijo de
algas que va de paso
y que nos deja, al faro y a mí,
olvidados.
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire