dimanche, février 17, 2013

el calor que había perdido



Hoy un hombre ordenaba su casa en un bolso
celeste con gris, sucio y diminuto.
Entre dos tragos a su cerveza en lata, me acerqué.
El frío venía inevitable con la noche y las manos se frotaron en un gesto vano,
le hablé o mejor dicho le pregunté si me aceptaba un café;
tenía todo el fin de la tarde para pensar en otras cosas.
Quizás fue Tchaikovsky quien tocó mis cuerdas íntimas antes de salir de casa,
quizás el bolso de ese hombre me hizo ver asomados los bordes de los días acumulados como cuchillos en la cabeza de todos. Cuchillos que rebanan las venas de hermosos cuerpos prometidos a la aventura.
“Yo soy extranjero” dijo con temor. “Yo también” le respondí
entonces una sonrisa con olor a cerveza en lata salió de su rostro
herido con la violencia del frío que trae las noches.
El hombre me reconoció su hermano  y el hermano del Hombre volvió a ser el mío otra vez
otra vez.
El hombre juntó sus manos
otra vez,
pero no para frotárselas, ni para acomodar cosas en su bolso, sino para intentar expresar gratitud, de otra manera que no fuese la del idioma de su país, el idioma de la familia y de los amigos que esperarán que él no duerma contra los zapatos de hielo de la noche.
La noche demoró sus pasos y encontré el calor que había perdido.

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