lundi, mars 30, 2009

Unas vueltas de fin de invierno


Ya hace más de tres meses que terminé el libro (para desgracia mía) de Noon y no he terminado la reseña que empecé de su libro Pixel Juice. Me dije que mejor sería dar lugar a un poco del misterio que merita esa serie de cuentos. Pero en realidad, es únicamente mi incapacidad para concentrarme en una sola cosa y me he dispersado más de la cuenta. Una bandada de loros es menos polifónica que yo a la hora de referirse a algo. En fin, creo que algo agregaré como final a dicha reseña. Pero, no entiendo cómo mi viaje a Paris me ha hecho pensar en este libro. Tal vez por haber leído en esos patéticos periódicos gratuitos — los que te regalan un poco de banalidad cotidiana en la calle — el caso de un niño inglés que fue papá pero que ahora no lo es. Debe ser eso lo que me recordó la precocidad y marginalidad de los personajes en Pixel Juice. Quizás por qué será. Por otro lado, aproveché mi estadía para leer gratis en cuanta librería se me apareció. Burroughs y su libro de la ciudad escarlata puede quedarse quieto esperando su hora sobre mi cama. También fui a la biblioteca F. Miterrand y salí luego de dos horas perdidas en colas y revisión de mi bolso. Odiando a los mercenarios que ahora piden dinero para leer en una biblioteca, me alejé del lugar sin haber logrado mi objetivo. El complejo será muy impresionante, pero se trata de papel impreso lo que tienen ahí adentro y está hecho para ser leído, no para convertirse en mercancía ¡Mierda de mercado!
Sin embargo, a pesar de una serie de reuniones deplorables en Paris (a excepción de una), me puedo considerar como afortunado. Dormí bajo techo gratis y eso es un lujo. En una pequeña habitación que me dejó el hijo de una amiga para mi entera disposición. No podía ser de otra forma, los dos adentro no cabíamos y hubiésemos muerto aplastados bajo el desorden y el polvo. La ducha mojaba los pies de la cama cada vez que cumplía el ritual y el baño estaba tras una puerta secreta en las escaleras del edificio. Cada vez que entraba a él, no podía impedir imaginar que los habitantes del inmueble podían escuchar mis momentos más íntimos. Incluso, creo que alguno de ellos lanzo un gruñido de queja en una oportunidad. La vecina ni me miraba cuando nos cruzábamos en el pasillo. Sus pasos delataban miedo, lo que comprendo si efectivamente escuchó algo.
La habitación estaba al lado mismo del cementerio de Montparnase, lo que me permitió visitar a algunos amigos de la viejísima escuela las veces que se me antojó. “Bienvenido”, me decían, “mira a nuestros acompañantes ¡Son sepulcros!” y el viento no dejaba dudas que todos asentían. La primavera llegó a Francia, pero el viento frio y la lluvia en Paris fueron el tema de fondo mientras dejaba mis pies caminando por sus calles con mi vieja F3 para fotografiar instantes callejeros. “A 20 minutos por esa avenida estás en el barrio latino, comida formidable y precios lejos de tu alcance, por esta otra dirección vas a la estación donde venden drogas, por acá la embajada y si doblas allá…” sin dudas, estaba en un lugar estratégico que me convenía. También pude pasar una agradable tarde con Charlotte, una mujer a la que solo conocía por internet gracias a su trabajo editorial. Fue ella la que propuso la reunión en un café no lejos de su trabajo y pasamos una tarde magnifica bebiendo cerveza y hablando del metro de Paris, de los tramways y de su aparición constante en obras de latinos en Europa. Nos referimos a los parques de Paris, la magnífica vista del parque de Belleville y mi decepción por el de Luxemburgo. Nos dedicamos a debatir sobre la aparente fragilidad de las mujeres, sobre el fenómeno reciente de hombres que se quedan a hacer tareas domésticas en casa y mujeres que trabajan fuera. Nos reímos hablando de los editores latinos y europeos, haciéndonos confidencias y sobre la tendencia de Reverdy a preferir la compañía de pintores, antes que de escritores. Hablamos de Huidobro, de Picasso y de la voz de Cendrars, una voz de niño ansioso por hacerse escuchar, que contrasta con sus textos y cara de boxeador; textos con una voz grave de barco o tren transiberiano. Nos recomendamos lecturas, ella me recomendó un poeta suizo alemán cuyo nombre tendré que preguntarle otra vez, y yo le recomendé a un austriaco llamado Peter Handke. Ahora tomo nota de la coincidencia germanística. Fue una agradable manera de ver llover y esperar que la calma volviera antes de despedirnos y desearnos suerte hasta una próxima vez. De vuelta a la pieza, leí un poco, escribí otro y salí en dirección a una oscura y poco recomendable estación del metro.

3 commentaires:

jordi lobo a dit…

Hay que luchar contra la mercantilización del planeta, que hace años es un hecho. Las relaciones humanas, por ejemplo, hay que luchar por no convertirlas en eso, que es la inercia.
Le agradezco que me haya llevado de su mano por ese su París.
Por cierto, yo también le hubiera recomendado a Peter Handke, y también me hubiera dirigido a una oscura y poco recomendable estación del metro.

drfloyd a dit…

Las capitales exageran. Debe ser eso lo que nos atrae hasta encontrar algo que nos recuerda el incomodo elastico que sostiene la mascara.

Anonyme a dit…

Saludos Dr Floyd.

Muy agradable recuento de tu estadía en París. Lamentablemente, no te pude ir ;-)

Jordi Lobo tiene toda la razón cuando habla de mercantilización.

Grande la poesía y las novelas de Cendrars.

Bella conversación.

saludos celestes.

versions célestes