Primera mañana : una neblina gélida cubre los picos de las montañas alpinas. La vista desde el ventanal de la sala en la que escribo es menos imponente que lo que me imaginé; en cambio es capaz de adormecer cualquier sentimiento de malestar. Ese que sigue al inmigrante cuando sabe que deberá, dentro de poco, hacer la fila de la humillación por un pedazo de papel.
El color blanco cae casi estáticamente en estas montañas. Queda colgando en el aire una palabra
un eco entre las rocas. Este eco no puedo escribirlo, aunque lo escucho desde que desperté. La nieve se encama con las nubes en desorden. La palabra se funde en mis oídos que ya no son más mis oídos.
El eco avanza desde mis ex-oídos hacia el interior y desmiembra el cuerpo imperceptiblemente
mi cabeza, mi cuello, mi pecho. A medida que voy despapareciendo en esta palabra, el eco de ella ya ha cambiado todo el paisaje exterior. Como una cana que sale timida y luego se convierte en toda una cabellera cenicienta.
La palabra ahora soy yo
no es posible pronunciarla o pronunciarme
el cuerpo no es el mismo de antes. Soy una una mezcla de soledad sonora y de brasas de vida. Pienso en mi hija...tan lejos otra vez. Las nubes dejaron de ser el humo de lo que no pudimos quemar. Son ahora una certeza.
Une belle femme al otro lado del ventanal, se fuma Los Alpes.
Segunda mañana : Sol... y mucho. Escucho mi música preferida mientras preparo un té. Al parecer he recuperado mi cuerpo. Los pueblos perdidos de las montañas aparecen más abajo, entre las masticadas nubes en las quebradas. La palabra me ha dejado el relieve de unas cimas peladas en mi cabeza. Creo que no saldré a caminar hoy; bastante tengo para escribir ahora que la ausencia se ha encarnado, se ha hecho sangre en mí, falta algo.... y un pedazo de papel, una fila, un timbre para el extranjero que soy, al final, no es nada tan terrible.
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