Ziegfeld |
Ella era el dorso de una ola
bien peinada con sus ideas amarradas
listas para hacerme tragar todo lo que dijese esa
noche.
Ella era bella y voluptuosa.
Demasiado charlatana,
caminaba entre los críticos de la galería
donde el artista crujía como un cuerpo ahorcado,
mudo, vacilante, complaciente,
al cual solo ella tenía acceso.
Ella se llamaba igual que el centro sobre el cual
todos giramos
o algo así, el vino me hacia dudar.
Era casi una perfección de presencia
que me llevó por su barrio desconocido
lejos del ahorcado, noche de estertores,
su ventana hablaba de lo bella que era ella,
su cama recibía mi cuerpo con indiferencia
entre las arrugas de su deseo
y el brillo rudo de su hambre.
Pero por la mañana
al verla dormir a pata suelta
no pude resistir una fuga a la calle,
y sentí el olor del pan fresco que sale de las
panaderías,
el aire marino de las playas abiertas
el bostezo de mi sueño
el
vacío en mi mano que se engaña en desconocidos barrios.
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